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La Travesía

viernes, 19 de julio de 2013

TRAVESÍA SUPERCONJUNTADA DE PORTUGAL, ETAPA 17 (III) Torreira - Ovar

A ver, ¿por dónde íbamos? 
 Ah, sí. ¿Os situáis?

Eso, Torreira, Día 2. A la mañana siguiente. Abrí el balcón a ver qué tal se presentaba el día y era algo terrible, frío y viento, hasta parecía que llovía pero resultaba que no era lluvia exactamente, era agua de la ría que el viento esparcía por todos lados. El peor día que he tenido que caminar nunca. Ya me estaba poniendo todas y cada una de mis prendas de ropa, una sobre otra, pero al final a fuerza de esperar como un cobarde vi como se obró el milagro y salió el sol. No se fue el viento… pero el sol sí salió. Y ese día salí a caminar a las 10 de la mañana, ¡lo nunca visto!
¡Qué interesante! ¿verdad? la ría otra vez. Más ría, más y más y más, no hay manera de que se harte de sí misma. Pero esas expansiones de agua cristalina que había en la parte de Costa Nova ya las dejé atrás: aquí la ría es puro barro. Tendrá un maravilloso ecosistema, estoy segura, pero a ver quién es el valiente que embarca en algo desde este embarcadero… ¡¡yo no!! Y a ver quién es el valiente que mete su barco en todo ese lodo. Se acabaron los moliceiros…

Afortunadamente de vez en cuando tuve la oportunidad de escaparme de la abu-ría por calles y caminos rurales, con pueblitos, y detrás de las casas por fin se pierde de vista. El momento más bonito de la caminata del día 2 fue cuando me encontré con estos niños oxidados, niños fantasma,
camino a su guardería en ruinas.
Y en ese mismo momento pasó un chico montado a caballo, a pleno galope por la calle. Y todo me pareció maravilloso y lleno de historia y naturaleza y de cosas que pasaban.

Y esta pequeña yegua tan llena de energía seguro que nunca conoció a los niños fantasma cuando no eran fantasmas, porque es demasiado joven.
Y la ría sigue, al otro lado de las casas, y a la media hora te vuelves a encontrar con ella, regalándote la vista con más lodo, y aquí los atracaderos parecen más bien víctimas de un atraco.

Menos mal que encontré un estupendo bar estilo japonés, muy pijo (tuve que ir a peinarme para no desentonar), justo en la enfangada orilla, donde me tomé el Sumol de ananás más caro de toda la travesía, que bien mereció el dinero que pagué por él en ese entorno tan chic, que convertía los lodos en algo muy estiloso.

Pero ¿cómo acaba una ría?, os estaréis preguntando, porque me imagino que os estáis aburriendo de ella un poco ya. Pues así es como acaba una ría:
ignominiosamente (palabra del día), en un montoncito de barro y piedras y un desagüe echando porquería. ¡¡Por fin le he ganado a la ría!!
Y ahora puedo seguir por el carril bici. Voy muy bien por los carriles bici, son todavía mejores que el asfalto de carretera, es como si fuera sobre ruedas. Creo que en una vida anterior fui una bicicleta.
Y así seguí hasta la ciudad de Ovar (parece un pueblo pero es una ciudad, una ciudad pequeñita), donde a los habitantes yo les resultaba algo extraña, con mis bailecitos y mis autorretratos, solo les faltaba llamar a la policía, vamos. Una simpática vecina insistió en acompañarme a la puerta de mi hotel, pero estaba ya muuuuy cansada y alegrándome de que tenía piscina para después de la siesta.
Después de la pisci me di un bonito paseo por la ciudad, todo muerto un domingo por la tarde, claro, solo cuatro quinquis en las esquinas y yo, pero ahora con mi exposición a la vista tengo que concentrarme en dar paseos provechosos por las tardes y no perderme ninguna fotografía buena y representativa, hay que ver, parezco una fotógrafa. Abusando del teleobjetivo, aplastando las casas y los colores. Muy concentrada estoy, en eso. Espero no obsesionarme demasiado con ello en la última etapa en agosto.

Y Ovar es como un huevo de oro, un pequeño huevo fabergé en medio de Portugal, es bonito, me gustó.

Mañana más. Destino Espinho. ¡La costa!

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